La inteligencia artificial pronto lo permeará todo, haciéndose ubicua. Aunque el concepto parece nuevo, no podemos olvidar otros artificios ubicuos como el papel, el agua potable, la electricidad, los circuitos integrados, internet… A medida que una invención humana resulta útil, esta se extiende a todas las disciplinas, y la IA es muy útil.
La economía, probablemente el motor de crecimiento del mundo moderno, ha sido la primera en adoptar la inteligencia artificial. Nuestra economía se basa en el principio de máximo beneficio, que tiene asociada la máxima eficiencia a la hora de disminuir gastos. Es aquí donde la IA tiene muchísimo que aportar.
¿Por qué le interesa a la economía la inteligencia artificial?
Tendemos a asignar IA con grandes marcas como Huawei, Amazon, Zara o Google. Pero imaginemos que tenemos un comercio a pie de calle, la clásica tienda familiar que instaló un PC a finales del siglo pasado e internet a principios de este. Probablemente nos interese ahora una inteligencia artificial.
Ya en el presente tenemos la posibilidad de usar chatbots, sistemas que, con cierto entrenamiento, podrán «llevar la tienda» con relativa eficiencia. Son muy limitados todavía, pero pueden tramitar ventas, coordinar envíos, comprobar inventario, pedir material. E incluso resolver dudas básicas a los clientes.
Es aquí donde aplicar algoritmos a un negocio familiar aporta un plus. Mientras nosotros atendemos offline al cliente que entra por la puerta, una IA está tramitando una compra online a 400 km de distancia. Además opera las 24 horas del día, algo prohibitivo si hacemos uso de personal, y limitado en algunos ayuntamientos.
En el futuro es probable que el concepto de tienda cambie por completo gracias a la inteligencia artificial como ya lo hizo con otros grandes avances: precio sobre los productos, pasillos ordenados por temática, caja registradora, TPV… Algunas tiendas están invirtiendo fuerte en digitalización y representan el futuro de la IA en empresas.
Por ejemplo, es cada vez más frecuente ver farmacias con brazos robóticos encargados de ir a buscar fármacos. Zara ya está probando en su tienda de A Coruña robots que vayan a buscar nuestra prenda. Supermercados como Walmart ya usa robots reponedores. Amazon experimentó con una tienda automatizada sin línea de cajas.
Todavía no se sabe cuál será el modelo económico del futuro y qué papel jugará la inteligencia artificial en él, pero se sabe que juega un papel debido a su utilidad. De modo que alguno o todos los usos de IA que acabamos de ver podrían ser frecuentes en unos años.
Los negocios que más invierten en IA
Para echar un vistazo al futuro podemos ver qué sectores invierten más capital en inteligencia artificial. Nos sorprendemos al descubrir, según el informe de la consultora IDC, cómo el retail superará durante 2018 a la banca con inversiones en atención automatizada a clientes, asesores de compras o recomendaciones de productos. Es decir, muy orientado al cliente.
Y si al cliente/usuario le interesa algo últimamente es tener buena salud durante muchos años. Es el sector de la salud uno de los que más crecimiento tiene por delante gracias a la inteligencia artificial, si miramos a las próximas décadas. Algo coherente con modelos de negocios basados en datos.
Pensemos en cómo a nivel personal podemos recoger datos que hasta hace poco se habrían considerado en el ámbito médico: pulsaciones y ritmo cardíaco, niveles de glucosa, nivel y tipo de actividad, pasos, distancia recorrida…
Cada vez más laboratorios de farmacia usan algoritmos para diseñar los nuevos fármacos del futuro, entre otros usos, y eso hace posible que puedan abrir el abanico a más medicamentos, abaratar su coste y «traer del futuro» descubrimientos para los que faltarían décadas o siglos con métodos tradicionales.
Estos tendrán (formalmente, están teniendo) un enorme impacto en los sistemas de salud: leve, como un acortamiento entre la petición de la cita y el día de la cita; moderado, como tratamientos un poco más optimizados para la persona; o drásticos, como el descubrimiento de nuevas curas.
¿Voy a quedarme sin trabajo por un robot?
A muchos de nosotros nos preocupa que elevados niveles de automatización acaben con nuestro puesto laboral. No cabe duda que la tecnología desplaza puestos laborales y oficios, como aparecía reflejado en la película ‘Yo, robot’ (2004): «Entiendo: su padre perdió un trabajo por un robot. Usted es de los que hubieran prohibido Internet para que no cerraran las bibliotecas».
Hay tres escenarios posibles: que la IA destruya más puestos laborales de los que cree, que se de la situación opuesta o que haya un equilibrio entre ambas. Aunque las predicciones de Frey y Osborne de 2013 tenían una base sólida, parece que se equivocaron. En la actualidad, la inteligencia artificial da mucho trabajo.
Parece muy poco probable que las máquinas nos sustituyan del todo. La tendencia actual es de aumento de los puestos laborales, y el reciente estudio ‘Inteligencia artificial, automatización y trabajo’ de dos colaboradores del MIT y la Universidad de Boston llaman a la calma.
Si bien es cierto estos son más técnicos y requieren otras competencias. Por ejemplo, hay consenso en que todos los conductores actuales del planeta se quedarán sin trabajo en muy pocas décadas, pero también en que necesitaremos muchos más programadores.
Volviendo al sector de la salud, un estudio estima la destrucción del 12% de los puestos laborales (por ejemplo, los celadores en los hospitales) pero creará un 34% más (personal médico cualificado con conocimientos informáticos). El balance total será positivo, pero implicará que mucho trabajador verá desaparecida la profesión, de la que depende, como les pasó a los aguadores, los neveros o los ascensoristas. En el sector científico ocurre algo parecido: un desplazamiento del -18% pero un balance total de +16%.
¿Impuestos para los robots y renta básica universal por no hacer nada?
Dicho todo esto, no es descabellado pensar en varios escenarios futuros debidos a la inteligencia artificial. Por ejemplo, que la velocidad de renovación de profesionales cualificados no pueda realizarse tan rápidamente. Es decir, que nuestros puestos laborales desaparezcan tan rápido que no nos de tiempo a reconvertir nuestra profesión.
Otro escenario plantea que de aquí a (muchas) décadas el trabajo como tal no lo harán las personas. Yuval Noah Harari llama a esto una sociedad inempleable en contra de una sociedad sin empleo. No es que estén parados, es que no pueden emplearse. No tienen nada que aportar frente a una máquina. Parece trágico, pero podría significar el fin del trabajo, y eso no está tan mal si sabemos gestionarlo.
Futuros así son posibles, aunque no sabemos cómo de probables, y se están realizando experimentos sociales para cambiar nuestra experiencia con la economía. Pasar de «no puedo trabajar por culpa de un robot» a «no necesito trabajar, gracias a un robot». Pero para eso hay que desligar los derechos ciudadanos de la fuerza de trabajo.
Actualmente la mayoría de países del mundo otorga derechos en base a lo que cada persona es capaz de producir (te doy porque me das), aunque hay bastantes excepciones y un enorme gradiente. Por ejemplo, en España la sanidad es un derecho universal y se costea entre todos, aportes o no. No necesitas trabajar para que te atiendan en un hospital.
Parece que por ahí van los tiros, y es probable que en el futuro no necesitemos trabajar para cobrar un salario, ir al cine o adquirir un teléfono. La renta básica universal (no confundir con la renta mínima) parece una solución interesante en un mundo en que la inteligencia artificial se ha hecho cargo del trabajo.
Si la inteligencia artificial hace obsoleto el trabajo humano, las primeras interesadas en la renta básica universal son las empresas. Si sus clientes no tienen dinero porque no trabajan, ¿cómo van a adquirir sus servicios? De modo que cada vez más este tipo de soluciones se están planteando como una opción al sistema económico actual. Es posible que la economía de un giro en las próximas décadas.
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