Xataka
Contenidos contratados por la marca que se menciona.

+info

Un día, dentro de unos años, la inteligencia artificial desaparecerá de las cabeceras de los periódicos, dejará de ser noticia en los medios. No se habrá ido —de hecho, se encontrará en todas partes—, pero la IA habrá dejado de ser visible. Si hoy está siempre presente es porque los avances en este campo nos sorprenden a diario. Eso ya ocurrió con la electricidad o la digitalización, que ya están integradas, y son ubicuas.

Unas horas antes de empezar a redactar este artículo, Francisco Lamas, oficial del Centro de Supervisión Técnica y Análisis de Datos de la Armada Española, hablaba sobre buques con inteligencia artificial. En otro artículo, se mencionaba cómo la inteligencia artificial AlphaZero se había enseñado a sí misma a ganar al ajedrez, al Shogi y al Go, tres juegos complejos de estrategia. Sin embargo, cuando la inteligencia artificial haya entrado en todos los sectores, desaparecerá de la vista.

La inteligencia artificial es la nueva electricidad

En lo que respecta a su evolución, la inteligencia artificial se parece mucho al avance de la electricidad o la digitalización. En la actualidad, estamos en una fase inicial, en la que una gran cantidad de laboratorios y empresas realizan pruebas de campo “locales” con una tecnología más o menos madura pero aún muy básica. En su momento, fue así con la electricidad y los protocolos de internet.

Pero, a medida que avanzaba la infraestructura en ambas tecnologías, una serie de estándares aparecieron y se extendieron por el mundo. Actualmente no concebimos un hogar sin enchufes o WiFi. En su momento no nos cabrá en la cabeza una vivienda sin inteligencia artificial.

No una unidad de gestión total a lo HAL 9000 (ya sabemos lo mal que acabó aquello), sino una suite de inteligencias artificiales entrelazadas entre sí y que nos hagan la vida más cómoda. Hoy, si se menciona la fibra óptica y la electricidad que llega a casa en los medios de comunicación, es para hablar del precio de las tarifas.

Ni siquiera la fibra de 300 Mbps es novedad. El cartel “free WiFi” se da por hecho en muchos locales, en los que el módem suele esconderse en un armario u ocultarse en la fachada en caso de ser una terraza. Que no lo veamos no significa que no esté ahí. La IA pasará por una fase similar.

Quizá en unos cuantos años, cuando nuestro hogar inteligente sea capaz de recopilar miles de datos por minuto sobre nuestros hábitos, al igual que abonamos una tarifa fija eléctrica, cabe la posibilidad de que también compremos conocimiento sobre nuestro entorno que aumente la calidad de vida. El modelo no es muy diferente al de alquilar la fibra o el antivirus.

El cómo funciona la IA dejará de mostrarse

Si uno se sube hoy a un vehículo eléctrico de los primeros que llegaron al mercado, un panel informativo suele reflejar en qué momento el vehículo se encuentra cargando y cuándo descargando. Sin embargo, los últimos modelos suelen prescindir de esta opción. Algo parecido ocurrirá con la movilidad autónoma, los coches que conducen solos y sus pantallas.

Hace apenas unos días, la marca Waymo de coches autónomos de Google anunció la apertura de su programa piloto. Waymo One ya permite pedir un coche para viajar de un punto a otro usando un teléfono móvil como el Huawei P20 Pro en el área metropolitana de Phoenix. Cuanto más avanzado sea el smartphone, mejor, por temas de seguridad.

En la actualidad, los pasajeros sentados en los asientos de detrás observan en una pantalla lo que el coche es capaz de ver, el llamado in-car display del vídeo de abajo. Sin embargo, esta herramienta tiene un fin puramente psicológico: que el usuario del servicio se de cuenta de cómo el coche es capaz de percibir el entorno. Es un modo de evitar el miedo a la tecnología.

Los vehículos de Google Waymo proyectan en sus pantallas lo que ve el coche porque es la novedad, pero la próxima generación de vehículos autónomos no necesitarán demostrar cómo funcionan. Confiaremos en ellos de forma instintiva, especialmente las nuevas generaciones, cuando descubramos que salvan vidas. E incluso es probable que varios de los asientos vayan, como en el autobús, a contra marcha.

La recogida de datos es invisible, su procesamiento también

Hace alrededor de diez años empezaron a aparecer en los baños públicos unos sensores láser que nos llamaban mucho la atención. Localizados sobre la puerta, encendían las luces del baño. Justo bajo el lavabo, abrían el grifo de agua. En los urinarios, tiraban por nosotros de la cadena. Siguen ahí, claro, pero nadie les presta atención, como nadie se sorprende de que las puertas de un centro comercial se abran solas o que las escaleras se pongan en marcha al montarnos.

Algunos sensores, generalmente de uso directo con algún mecanismo (bombas, iluminación, actuadores), han sido ya desplegados en un gran número de lugares públicos. Por ejemplo, en ciertos edificios y tiendas, un contador de personas oculto en el marco de la puerta va calculando cuánta gente hay dentro.

Todo esto es la mina de oro de la inteligencia artificial. Si hoy se habla de ella es porque podemos aplicarla: tenemos una fuente creciente de datos de la que extraer información. Si avanzamos unos cuantos años hacia el futuro, veremos cómo esos mismos sensores podrán ser usados para dar un mejor servicio en una gran cantidad de plataformas. Veamos varios ejemplos.

Pensemos en un cine en el que la IA, combinada con la venta de entradas online, calcule que la siguiente sesión irá algo floja de espectadores. Combinada con otros sistemas de geoposicionamiento, lanzará ofertas a quien quiera escuchar y esté cerca, como ya ocurre en ciertos negocios. El cine logra un mayor llenado y los vecinos y transeúntes una oferta cultural interesante. Sin embargo, estos últimos no saben que el “relaciones públicas” que les ha llevado a la puerta del cine es una inteligencia artificial.

En otro ejemplo, más relacionado con la calidad del servicio, un programa de inteligencia artificial recoge todas y cada una de las interacciones con los aseos, de modo que sabe con rigor qué baños de qué planta de qué edificio necesitan ser atendidos. Lo mismo puede aplicarse a habitaciones de hotel, y nadie tendrá presente que tras todo esto hay una IA, del mismo modo que no pensamos de dónde viene la luz cuando pulsamos el interruptor.

La interfaz compleja está desapareciendo

Entre otros motivos, seguimos hablando de inteligencia artificial porque aún hay mucha gente que no puede acceder a ella o que, pudiendo, no sabría ni qué hacer. Aunque el uso de la IA ha explotado durante este último año en sectores como la economía, y esta ya se encuentra en todo tipo de proyectos, aún tiene que ser accesible al público general a nivel usuario.

Esto ya es posible gracias a dispositivos como el que vemos arriba. A través de un chip específico orientado al uso de la inteligencia artificial, el Huawei P20 Pro o el Mate20 Pro son capaces de ayudarnos a hacer mejores fotos sin necesidad de ser expertos en fotografía. Dicho esto, estos teléfonos se encuentran en la punta de lanza de la tecnología.

Una de las claves de su éxito es que no es necesario saber cómo funciona la IA o cómo programarla para poder usarla. La inteligencia artificial de estos modelos, diseñada íntegramente por Huawei, luce como cualquier otra cámara de fotos. O, en este caso, como una app de fotografía. No es necesario programar, ni entender código para usarla.

En el futuro, la inteligencia artificial será mucho más accesible e invisible porque los usuarios podrán hacer uso de ella sin mayores conocimientos que los de ofimática. De hecho, ya está ocurriendo: las búsquedas por voz son cada vez más frecuentes mediante asistentes digitales, y empresas como Microsoft ya usan IA en sus editores, con especial énfasis en el traductor Microsoft Translator, incluido en los smartphones de Huawei.

Imágenes | Carlos Navas, rawpixel, Alex Knight