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Cuando hablamos del potencial de la inteligencia artificial solemos pensar en smart citiessistemas de automatización y procesamiento de la imagen, ignorando por algún motivo que el progreso y difusión de esta tecnología podrían beneficiarse inmensamente gracias a esas personitas que apenas han comenzado a desarrollar sus propias habilidades.

Con su mezcla natural de inocencia y curiosidad, los niños proporcionan una maravillosa fuente de inspiración para los desarrolladores de inteligencias artificiales. Sus cerebros son auténticas esponjas capaces de absorberlo todo, y es por este motivo que cada vez más expertos en IA están prestando una creciente atención a los niños. No solo como posibles usuarios, sino como modelo para desarrollar técnicas de aprendizaje.

Inteligencias artificiales para saber en qué piensan los bebés

En puridad, la idea de imitar la mente infantil para crear sistemas de inteligencia artificial es muy antigua. Ya en los años 50 Alan Turing se preguntaba si no tendría más sentido crear un programa para simular la mente de un niño antes que la de un adulto; una aproximación ahora popular en círculos académicos.

En este sentido destaca un proyecto emprendido por DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos, con el propósito de comparar las capacidades de predicción, aprendizaje de experiencias y resolución de problemas de sistemas de IA contra niños de cero a dieciocho meses. Curiosamente, esta iniciativa busca refinar lo que conocemos como «sentido común», una habilidad de la que los niños de tan tierna edad carecen, pero que aprenden a desarrollar rápidamente.

Si pudiéramos saber qué permite que los niños sean tan ágiles a la hora de aprender, podríamos combinar estos hallazgos con las actuales técnicas de IA para crear sistemas con capacidades revolucionarias

Como explica Alison Gopnik, una psicóloga especializada en sistemas de IA, los actuales son muy buenos a la hora de diferenciar entre perros y gatos, pero si introducimos variables ambientales se crea lo que se conoce como «olvido catastrófico» y todo se va al traste. Esto no sucede con los niños, que son capaces de enfrentarse a retos como cambios en las reglas de un juego sin tener que «reaprender» todo la técnica y entrenarse desde cero para recuperar su antiguo nivel de habilidad.

Si pudiéramos saber qué permite que los niños sean tan ágiles a la hora de aprender tan rápidamente con tan poca información, podríamos combinar estos hallazgos con las actuales técnicas de inteligencia artificial para crear sistemas con capacidades genuinamente revolucionarias.

Parte de esta capacidad de aprendizaje innata podría deberse al hecho de que los niños son criaturas tremendamente sociales, factor que también está siendo estudiado por su papel a la hora de absorber y procesar datos, pero también para dar forma a eso que nosotros conocemos como creatividad, y que las máquinas simplemente desconocen.

Así las cosas, no solo los sistemas de IA van a impulsar las ingenierías, sino que podrían inyectar nueva vida en el campo de la psicología del desarrollo. Será entonces cuando tengamos seguramente un debate muy interesante sobre los límites de lo que consideramos ciencias duras.

Mejorando la integración y la adquisición de conocimientos desde la más tierna edad

Al mismo tiempo, el uso de tecnologías de inteligencia artificial aplicadas al aprendizaje y la crianza pueden mejorar enormemente las capacidades de los jóvenes pupilos, así como su propia salud.

En el plano académico, un análisis pormenorizado del progreso de los alumnos puede permitir detectar qué niños requieren más atención y en qué áreas, permitiendo establecer grupos de trabajo equilibrados y asignar horas de refuerzo con tareas más concisas. De esta forma, podríamos evitar que un alumno con problemas tan difíciles de detectar por un profesor como la discalculia se quede atrasado con respecto a sus compañeros.

Además de permitir crear lecciones y tareas ajustadas a las capacidades de cada alumno para reducir el fracaso escolar y lograr una enseñanza más eficaz, la IA puede tener un papel clave en el bienestar infantil

La discalculia es particularmente difícil de diagnosticar utilizando tests estandarizados, así que las IA podrían suponer un avance importante en su detección. Analizando las habilidades matemáticas de los niños, se podría diagnosticar con mayor seguridad esta dificultad a la hora de trabajar con números y tratar de superarla en medida de lo posible. Científicos de la Universidad del Miño ya trabajan para que la detección temprana de evidencias de discalculia no sea una simple hipótesis.

Además de permitir crear lecciones y tareas ajustadas a las capacidades de cada alumno para reducir el fracaso escolar y lograr una enseñanza mucho más eficaz, la inteligencia artificial puede tener un papel clave en el bienestar infantil.

Puesto que la IA brilla a la hora de trabajar con grandes volúmenes de datos, utilizando información historiográfica sería posible determinar los factores que pueden influir negativamente en las familias en riesgo de exclusión, así como observar qué rasgos o síntomas delatan la presencia de entornos peligrosos en el ámbito de la protección de menores en centros y familias de acogida.

El trabajo comenzaría marcando a una IA lo que se considera un entorno seguro para después alimentarla con montañas de información estadística relacionada con temas como el fracaso escolar, los malos tratos, los desórdenes alimenticios y posibles problemas de integración. Observando coincidencias en patrones académicos, historiales médicos y notas de seguimiento, los asistentes sociales deberían contar con información más precisa sobre los niños que supervisan.

Por otro lado tenemos aquellos con problemas físicos y médicos. Aquí ya no estamos hablando de hipótesis y teorías sobre qué puede o no funcionar, sino de hechos constatados. Huawei, sin ir más lejos, tiene en marchas dos iniciativas realmente interesantes destinadas a mejorar la calidad de vida de los niños con dificultades de audición o visión.

Track AI es el nombre con el que Huawei identifica su tecnología para diagnosticar problemas de visión utilizando inteligencia artificial. El sistema combina un portátil convertible Matebook E con un teléfono como el Huawei P30 Pro y un sensor de seguimiento ocular para monitorizar el movimiento de cada ojo en busca de patrones reconocidos.

Se trata de una solución innovadora y real en la que España participa a través del Instituto de Ingeniería de Aragón de la Universidad de Zaragoza, así como oftalmólogos y optometristas del Instituto de Investigación Sanitaria (IIS) de Aragón con una meta muy clara: conseguir que millones de niños de todo el mundo puedan ser tratados antes de que sus problemas vayan a más.

StorySign, por su parte, no es una herramienta de diagnóstico, sino de ayuda. Esta app desarrollada en colaboración con la Unión Europea de Sordos despliega la IA de Huawei para traducir texto escrito a lengua de signos, facilitando así la lectura de aquellos con problemas de audición. De esta forma se mejora la alfabetización de unos niños que por sus dificultades para trabajar con fonemas requieren de una enseñanza especialmente adaptada… y en su propio idioma. StorySign brinda soporte para diez lenguas de signos distintas, incluyendo la española.

El siempre peliagudo asunto de la privacidad

Pero si todo son ventajas… ¿cómo es que IA e infancia parecen nociones antagónicas? Hay varias explicaciones, pero la más importante tiene que ver con la privacidad. Autoridades y ciudadanos ya se muestran reacios a compartir información de personas adultas, así que la idea de crear sistemas de procesamiento centrados en trabajar con toda suerte de datos obtenidos a partir de menores de edad es aún más difícil.

Evitar esta clase de reticencias no será fácil. En primer lugar, es necesario garantizar la anonimización de los datos utilizados para entrenar a los sistemas de inteligencia artificial, evitando que puedan ser asociados a personas o familias concretas. Además, investigadores y compañías deberían obrar con toda la transparencia posible para ganarse la confianza de un público que realmente debe sentirse beneficiado por la IA en lugar de monitorizado.

De la misma forma, habrá que hilar fino para evitar los sesgos. Puesto que una IA solo es tan buena como la información que procesa, existe el riesgo de que fuentes insuficientes o mal cotejadas redunden en la creación de rutinas poco precisas. Falsos positivos, alarmas que no llegan a activarse, problemas mal diagnosticados… Habrá que trabajar mucho para demostrar la seguridad de unas IA que deberán estar al servicio de los más vulnerables.

Finalmente, educadores, médicos y trabajadores sociales nunca deberían guiar su labor únicamente mediante herramientas de IA. Hablamos de vidas, no de números. Una custodia nunca debería retirarse sin una investigación pormenorizada de la situación del menor, así que la labor de la IA debería ser de señalización. Pretender que un ordenador ponga orden a nuestra sociedad es, cuanto menos, aventurado.

Si investigaciones, compañías y autoridades pueden ponerse de acuerdo para solventar estos productos, podríamos encontrarnos ante una nueva era para la inteligencia artificial: sistemas con la capacidad de asimilación de conceptos de un niño y el volumen de procesamiento de las IA convencionales para mayor beneficio de la sociedad, comenzando por los más pequeños.

Imágenes | Huawei, iStock/Zinkevychkynnywillsantt / metamorworksPicasea y Franck V. insung yoonRawpixel