Hubo un tiempo en el que el cerebro fue comparado con las tuberías de vapor a presión que dieron lugar a la Revolución Industrial. Décadas más tarde se compararon los pulsos eléctricos del tejido gris con una red eléctrica en expansión. A mediados del s. XX el cerebro empezó a verse como un ordenador, y ahora se equipara a un teléfono inteligente. Pero, ¿y si tuviésemos que convertirnos en uno?
A medida que las máquinas ganan en competencias a nuestro alrededor muchos han empezado a preguntarse: ¿Vamos a seguir siendo relevantes? Cuando un conjunto de inteligencias artificiales se encarguen de gestionar una ciudad, ¿a qué se dedicará el homo sapiens sapiens? No son pocas las voces que indican que, si buscamos tener nuestro espacio, no nos quedará otra opción que coevolucionar con las máquinas como ya hizo el trigo silvestre con los humanos.
¿Instalaremos hardware en nuestro cuerpo?
¿Instalaríais hardware en tu cuerpo para acceder a un puesto laboral? No hay que responder aún. Hace muchos milenios que especializamos la fuerza laboral. La misma Revolución Industrial que hizo a los filósofos comparar el cerebro con cañerías sirvió de trampolín para atomizar aún más el conocimiento. Es el motivo por el que un carpintero no se encarga de arar el campo.
Mucho tiempo después explotó el sector servicios, y el acto de pensar empezó a ganar tracción entre la población. Ahora nos actualizamos mediante cursos y vivimos en la sociedad del conocimiento. No saber inglés se convierte en una barrera de acceso similar a la que tenía un ebanista renacentista al no contar con un taller propio. En el futuro, podríamos enfrentarnos a una barrera añadida: la falta de hardware compatible con las máquinas.
Analicémoslo como usuarios de un servicio público; por ejemplo, como puede ser la seguridad. Alguien nos atraca por la calle y sale corriendo con nuestras pertenencias. ¿Qué policía queremos que nos atienda? Por un lado, tendremos a un humano convencional, pulido a base de gimnasio y con elevadas nociones sobre cómo actuar; por otro, un agente con implantes mecánicos capaz de multiplicar por dos la velocidad del récord olímpico y acceso mediante AR a las cámaras de la ciudad, que proyectan en un HUD de su córnea la trayectoria del ladrón.
Volvamos a la pregunta: “¿Instalarías hardware en tu cuerpo para acceder a un puesto laboral?”. Y añadamos: “¿Solicitarías servicios públicos con agentes mejorados que ofrezan un mejor servicio público?”. Ahora expandamos el concepto a todo tipo de servicio, tanto público como privado.
¿Nos vamos a obligar a nosotros mismos a evolucionar? Bueno, siempre podemos usar robots específicos como ocurría en la película ‘Chappie’ (2015), bastante alejados de robots de servicio como el desactivador de bombas que vemos en la imagen de arriba.
El desafío de la inteligencia IA
Los vídeos de Spot o Handle, los robots de Boston Dynamics, indican el avance conseguido en este tipo de sistemas. Aunque los cobots resultan interesantes para trabajar junto a las personas, probablemente nos desplacen pronto en tareas físicas. Que corra Atlas (arriba) detrás del ladrón y que los agentes de policía se encarguen de gestionar la operación… si la IA no les aparta.
Tenemos en alta estima nuestras funciones cognitivas básicas, y nos ilusionamos cuando un bebé aprende a hablar o a clasificar figuras según su color. El problema es que las inteligencias artificiales también nos están desplazando de ese baluarte considerado propio de humanos.
La IA no necesita ser más inteligente que nosotros para echarnos a un lado. Basta con que determinadas tareas las haga mejor:
- Conducen de forma más segura y eficiente (Waymo, nuTonomy, NAVYA…)
- Nos ganan en juegos como AlphaGo o Deep
- Son capaces de componer arte (DeepBach)
- Nos superan en diagnósticos clínicos [estudio]
- Escuchan mejor
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Localizan información a velocidades con las que no soñamos (indizadores web)
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Recogen la cosecha de una forma mucho más optimizada
- Traducen de forma precisa (Microsoft Translator, el motor que encontramos en los Huawei P20 Pro) y Mate 20 Pro
El avance es gradual, pero no retrocede. Cuando diez o veinte de estas inteligencias artificiales, combinadas, sean capaces de hacer casi la totalidad de nuestro trabajo, nos habremos quedado obsoletos. Pero, al igual que el policía ampliado de arriba, hay formas de seguir siendo relevantes. Una de ellas es trabajar codo con codo con las máquinas en tareas que requieran intelecto. Otra es ampliar nuestro cerebro con un exocortex IA.
¿Será el ‘neuralink’ un hito obligatorio para las personas?
Neuralink —una tecnología aún en desarrollo para servir de enlace entre el cerebro orgánico y las máquinas— nació como empresa en 2016 de la mano del siempre polémico Elon Musk, una de las voces más activas en las campañas “anti IA”. El neuralink, nombre que ya ha trascendido en los medios el concepto empresarial en el que nació, se basa en el neural lancede las novelas de ciencia ficción de Iain Banks.
Otros escritores como Frederick Pohl (‘Pórtico’, 1977) o Dan Simmons (‘Hyperión’, 1989) ya jugaron con la posibilidad, que ahora podría hacerse real a través de la compañía de Musk, aunque no es la única que está buscando la llamada interfaz cerebro-máquina, directa (IND) o indirecta (ICC). De hecho, competiciones como las BCI Races (Cybathlon) permiten el control mental de un avatar virtual.
Son pequeños pasos hacia una comunicación coherente entre neuronas orgánicas y redes neuronales sintéticas de las que hacen uso las máquinas. Es el siguiente paso tras jugar al tetris entre tres cerebros. Y, según varios pensadores, un último asidero al que agarrarnos a medida que las inteligencias artificiales ganan en competencias. Una forma de mantener a las personas en puestos de mando.
De momento ya se ha demostrado que la unión de máquinas y humanos en el diagnóstico clínico de metástasis tiene menos nivel de error (0,5%) que el de humanos (3,4%) o de máquinas (7,5%) por separado. Todo parece indicar que las sinergias entre máquinas y personas van a mejorar notablemente nuestra calidad de vida.
¿Implante cortical o diadema EEG?
Libros como ‘Carbono Alterado’ (2002) o películas como ‘eXistenZ’ (1999) nos han mostrado la posibilidades de un implante cortical con el que transferir parte de lo que somos a una máquina. En ‘Matrix’, también de 1999, se observaba incluso un enorme bus de comunicaciones en forma de aguja que atravesaba el occipital. No parece una visión apetecible, pero hablamos de ciencia ficción.
Los métodos en los que se trabaja son no invasivos, más parecidos a un casco EEG de los que ya usan en algunas zonas del transporte ferroviario Chino. De momento sirven solo para notificar cuándo el conductor está distraído, pero de ahí a poner a trabajar IA y humano en un mismo marco hay un paso. Otra forma de ‘enlazar’ un cerebro de silicio con el nuestro es a través de la conversación.
Arriba hemos mencionado el Huawei P20 Pro y Mate 20 Pro, dos teléfonos con motor IA incluido que permite traducir conversaciones en tiempo real. Pronto hablar con una inteligencia artificial local o ubicada en la nube será posible. Después de todo, los humanos somos buenos comunicando conceptos mediante palabras. Quizá nos adaptaremos a las máquinas del mismo modo que ellas se están adaptando a nosotros.
Imágenes | Alina Grubnyak, Moti Pinchasi